LAS JOYAS DEL BÁLTICO

Escrito por el 19 marzo, 2020

Descubrir ciudades con detalles arquitectónicos de diferentes estilos y épocas no es muy común entre los latinos. Admirar ciudades rodeadas de murallas y torres que todavía conservan su encanto medieval puede ser un reto, que, en cualquier momento, talvez, con un poquito de ganas, podríamos alcanzar. Y eso es, precisamente, lo que experimentamos cuando viajamos a Tallín (Estonia), Riga (Letonia) y Vilna (Lituania). Los tres, junto a Finlandia y Polonia, son bañadas en su totalidad por el mar Báltico. Claro hay otros países como Suecia, Alemania, Dinamarca y Rusia, que también reciben una porción de éste mar interior de aguas salobres del norte de Europa, que finalmente llegan al océano Atlántico.
Estonia, Letonia y Lituania formaron parte de la URSS hasta el año 1991. Son pueblos orgullosos de su origen y cultura. Las tres capitales (Tallin, Riga y Vilna) al igual que Quito, en reconocimiento a sus valores culturales e históricos, fueron declaradas por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, de ahí que recorrer las calles empedradas de su casco colonial nos transporta a la época medieval, caracterizada por castillos, reyes, condes, guerreros y campesinos, luego de la desintegración del Imperio romano.
Tallin, la capital de Estonia. Es considerada la más bella. Un país muy seguro. Un Estado que muy pronto logró alinearse al capitalismo y rápidamente pasó de la falta de autos, negocios, restaurantes a modernos centros comerciales que ofrecen productos de las más reconocidas marcas, informática, tecnología; así como edificios de última tecnología que acogen a diversas multinacionales. El cambio fue vertiginoso. Tallin es uno de los lugares turísticos más visitados de los bálticos. Aunque los salarios son bajos, entre 400 y 800 euros, la vida es barata.
Uno de los lugares preferidos del turista es el gran mirador que permite una vista casi total de la ciudad y del mar Báltico, particularmente, del centro histórico amurallado y rodeados por castillos, torres de telecomunicaciones, edificios y monumentos medievales. Desde ese privilegiado sitio podemos mirar los techos rojos de una infinidad de casas, la hermosa catedral ortodoxa, los picos de las pintorescas iglesias y otros monumentos emblemáticos de esta hermosa urbe.
Me dirijo a Tallin desde Estocolmo en un enorme crucero de la empresa Princess. Un barco de más de 10 pisos que tiene supermercado, discoteca, cine, piscina, guarderías, salas de juego de salón, diversos restaurantes con comida internacional, bares, tragamonedas, juegos de azar, etc. Mi pasaje me ha costado 80 euros y el viaje a durado alrededor de 12 horas. Me han asignado un camarote individual en el piso 6, en la mitad del buque, que sin ser el mejor ofrece comodidades.
Llego a Tallin a las 08h00. Es verano, pero el viento sopla fuerte. El barco acodera en el muelle y los cientos de pasajeros comienzan el descenso con diferentes objetivos y propósitos. Otros seguirán en el barco recorriendo otros países. Para mí el viaje en el crucero termina en la capital de Estonia, pues el resto de mi periplo lo haré en bus. Las distancias entre uno y otros países no superan las 8 horas y resulta interesante porque se puede admirar la belleza del campo de estos países báltico.
Sin perder tiempo, junto a cientos de turistas, comienzo a descubrir Tallin. Con el mapa en la mano emprendo larga caminata. Camino impresionado por la majestuosidad de una ciudad medieval, una de las mejores conservadas en el mundo. Un punto de reunión, para beber una cerveza, tomar un café, escuchar música o simplemente admirar la belleza arquitectónica, es la plaza del Ayuntamiento del siglo 15, luego caminamos por las calles empedradas de la ciudad, atravesamos callejones hasta llegar a una joya: la catedral ortodoxa del siglo 19. Largas horas de caminata y me posesiono de uno de los famosos miradores que me permiten observar la belleza de la ciudad. No queda más poder descubrir por hoy y me dirijo a mi hotel, donde he pasado 50 horas por una habitación individual y me entrego al descanso.
En la tarde del siguiente día me dirijo a Riga, la capital de Letonia. Llego en horas de la noche y me dirijo al Hotel que había reservado vía Internet con la debida anticipación. Me asignaron una habitación compartida y ya había pagado, con tarjeta de débito, dinero plástico que funciona en todos los países europeos.
Amanezco con la curiosidad de conocer Riga. Así que un desayuno y a caminar. Estoy hospedado cerca del Palacio de la cultura, edificio de características similares al que conocí en Varsovia, la capital de Polonia, parece una réplica. El paisaje es hermoso. Recorro parte de la antigua ciudad, participo en una muestra de osos cariñoso, miro el mercado y sigo mi camino. Varios puentes sobre el báltico unes los diferentes sectores de Riga. Tomo el tradicional tranvía para dirigirme a conocer Riga. La plaza central, los monumentos, las casas medievales, los centros comerciales y hasta las playas.
Me voy para Vilna, la capital de Lituania, el país de las cruces. Vilna es una ciudad con un centro monumental barroco recién restaurado. El paseo por la capital incluye el paso por su hermosa catedral y decenas de iglesias tanto católicas como ortodoxas. Parques llenos de árboles y monumentos dan un toque especial a la ciudad. El centro histórico de Vilna nos presenta lindas postales. Un lugar donde los diversos estilos arquitectónicos de Europa-gótico, renacentista, barroco y neoclásico permanecen uno junto a otro y se complementan entre sí.
Vamos poniendo fin a 6 días de visitar éstas hermosas ciudades del mar báltico. Cada una de ellas con historias y bellezas inigualables. Ciudades seguras con gente agradable. El Princess está por salir de regreso a Suecia y me apresuro, con mi mochila al hombro, abordar una vez más el buque y descansar por tantas horas de caminata, pero en fin valió la pena conocer Estonia, Letonia y Lituania.

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